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LIMITAR LA RIQUEZA PRIVADA HASTA UN MILLÓN DE DÓLARES

LIMITAR LA RIQUEZA PRIVADA HASTA UN MILLÓN DE DÓLARES

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Luis M.
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Millones de activistas unidos por Internet
Es necesario un gran consenso para limitar la riqueza privada. De ello depende un cambio profundo e imprescindible de nuestro sistema económico. La destrucción del medio ambiente, la pobreza, la corrupción, la violación de los derechos humanos o la militarización del mundo son consecuencia de una creciente concentración del poder económico que ha llegado al paroxismo con la globalización neoliberal.

LA DESIGUALDAD ES EL GRAN PROBLEMA y esto no es una novedad. Llevamos siglos tratando de solucionar las consecuencias de la desigualdad extrema ocupándonos de los de abajo. Ahora, por primera vez en la historia, gracias a Internet, podemos actuar en paralelo para cambiar las cosas por arriba.

Tenemos instituciones formalmente democráticas en muchas partes del mundo, voto y voz gracias a Internet, tenemos todos los instrumentos necesarios para cambiar el sistema y, sin embargo, en vez de frenar la escalada de la desigualdad, nuestros gobernantes compiten por atraer a las grandes fortunas rebajándoles los impuestos. El mundo va camino de convertirse en el paraíso fiscal del 1% mientras el 99% se hunde en la miseria. No parece lógico dejar que nuestro futuro dependa de la benevolencia de los multimillonarios.

La redistribución de la riqueza es, hasta hoy, inviable porque la ambición sin límite domina todo: los gobiernos, los partidos políticos mayoritarios, los medios de comunicación… y sobre todo el pensamiento. El neoliberalismo ha triunfado en el mundo vendiéndonos la ilusión de que acumular riqueza hasta el infinito es lícito, razonable y positivo.

Los más ricos son los héroes de nuestro tiempo, los benefactores a quienes debemos el progreso. “Son los mejores porque ganan mucho y ganan mucho porque son los mejores”. En cambio, los maestros, los investigadores, los médicos de la sanidad pública, los jóvenes parados, quienes atienden en su casa a niños, ancianos o discapacitados, quienes trabajan voluntarios en una ONG o estudian filosofía, todos ellos son perdedores, tristes descolgados de la admirable carrera de la ambición desmedida: lo único importante en este mundo. Esa ridícula pretensión se asienta en una creencia todavía más absurda en el estado actual de la ciencia, pero imprescindible para que el sistema pueda funcionar: que somos independientes de los demás. En defensa de la “libertad” individualista de enriquecerse sin límites el neoliberalismo está sacrificando el bienestar y el futuro de todos. Las personas son secundarias en la carrera de la ambición sin límite de unos pocos.

No es posible plantear una lucha contra los grandes ricos porque ellos tienen el poder económico, político, mediático y militar. Tampoco podemos obligarles a que renuncien a la riqueza extrema ni culparles de ganar al juego que todos toleramos, pero sí podemos unirnos y comprometernos a jugar con otras reglas diferentes. Los grandes ricos no son el enemigo a expoliar ni pueden resolver el problema, aunque en su mano está tomar conciencia de la desigualdad extrema y sus terribles consecuencias.

Renunciar a la ambición desmedida es responsabilidad de todos. Debemos cooperar entre muchos hasta conseguir limitar la riqueza de manera democrática y pacífica. Cuando nuestro compromiso se convierta en mayoritario el neoliberalismo dejará paso a un sistema justo y razonable. Podemos demostrar a nuestros dirigentes que estamos hartos de las consecuencias de la desigualdad extrema y que nos uniremos entre muchos hasta conseguir proscribirla.
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